Rezo. Intervención al Capítulo XX de Balun Canán1

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Maricela Guerrero

Fragmento de A Río revuelto

Mi nana me lleva aparte para despedirnos. Estamos en el escampado. al lado de la milpa. Nos arrodillamos ante las ceibas que nos rodean. Veo plantas que suben se enredan, echan hojas tallos y raíces y dejan pasar los rayos del sol. Veo ceibas, líquenes, musgos, helechos, plantas que se enredan.

Luego mi nana hace un gesto con sus manos sobre lo que aún es mi rostro y dice:

Vengo a entregarte a mi criatura. Señora, tú eres testigo de que no puedo velar sobre ella ahora que va a dividirnos la distancia. Pero tú que estás aquí lo mismo que ella, protégela. Abre sus caminos, para que no tropiece, para que no caiga, que se quede aquí, que enraíce y crezca. Que la piedra no se vuelva en su contra y la golpee. Que no salte la alimaña para morderla. Que el relámpago no enrojezca su copa ni la alcance, porque con mi corazón y mis cuidados, ella te ha conocido y jurado fidelidad y te ha reverenciado. Porque ustedes tú eres poderosa porque tú somos eres fuerte.

Apiádate de sus ojos. Que no miren a su alrededor como miran las aves de rapiña. Que sus ojos respiren luz y fluyan hacia ella.

Apiádate de sus hojas. Que no las cierre como el tigre cierra las garras sobre su presa. Que las abra para dar lo que posee azúcares y oxígeno. Que las abra para recibir lo que necesita: aire, agua, luz. Como si obedeciera tus leyes todas de la tierra y el universo.

Apiádate de su lengua: estomas. Que no suelte amenazas nunca, como suelta chispas el cuchillo cuando su filo choca contra otro filo. Que suelte aire, aroma, resina, brizna.

Purifica sus entrañas para que de ellas broten los actos, no como la hierba rastrera, sino como los árboles grandes que sombrean y dan fruto, que sea una ceiba.

Guárdala, como hasta aquí la he guardado yo, de respirar desprecio. Si uno viene y se inclina ante su faz que no alardee diciendo: yo he domado la cerviz de este potro, yo lo he alimentado. Que ella también se incline a recoger esa flor preciosa–que a muy pocos es dado cosechar en este mundo– que se llama humildad, venir del humus, que sea de tierra.

Resérvale el ánimo de custodia, de guardiana con otras como ella en este suelo. Que pese más su paciencia que su cólera y respire y de frutos, sombra. Para que pese más su compasión que su justicia y crezca y de aire, oxígeno. Que pese más su amor que su venganza. Que sea una planta que se expanda.

Abre su entendimiento, ensánchalo, para que pueda caber la verdad y la propague por el orbe en la recuperación de las selvas de los bosques de los ríos de los mares de los hielos y los cielos. Que se detenga antes de descargar el latigazo, sabiendo que cada latigazo que cae graba su cicatriz en la espalda del verdugo de los que ya hemos tenido linajes de maldad innumerables. Y así sean sus gestos y su tacto sus aromas como el ungüento derramado sobre las llagas de la tierra y las bestias.

Vengo a entregarte a mi criatura. Te la entrego. Te la encomiendo. Para que todos los días, como se lleva el cántaro al río para llenarlo, lleves su corazón a la presencia de los beneficios que de sí se han recibido en el mundo. Para que nunca le falte gratitud y gracia y expansión en vegetal soberanía sin ocaso.

Que se expanda sobre las mesas, los dormitorios, los campos y ciudades donde jamás nunca se siente de nuevo el hambre. Que bese el piso que cubre y es hermoso. Que palpe y trepe por los muros de las casas, verdaderos y sólidos y los transforme en recintos para una espiritualidad vegetal que hermane y fluya en otra convivencia posible.

Oímos, a lo lejos, el trajín de los arrieros, de las criadas ayudando a remachar los cajones. Los caballos ya están ensillados y patean los ladrillos en el zaguán.

La voz de mi madre dice mi nombre buscándome.

La nana se pone de pie. Y luego se vuelve a mí diciendo:

Es hora de separarnos, niña.

Pero yo sigo en el suelo, cogida de su tzec con una rama, llorando porque no quiero que se vaya. Porque el conjuro. Así que enraizo y percibo como mis pies se ramifican hacia el suelo y surgen radículas que atraviesan la tierra, y como de mis brazos y mis manos salen tallos y ramificaciones, hojas, me vuelvo una pequeña ceiba en medio de las otras, de la selva al lado de la milpa.

Mi nana me aparta delicadamente y crezco. Besa mis hojas, se abraza a mi tronco adolescente y hace un signo con sus palmas que percibo como un nuevo comienzo. Y dice:

Mira que con lo que he rezado es como si hubiera, yo vuelto, otra vez a amamantarte, te siembro, planto.

1Rosario Castellanos, Balún Canán, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, primera edición, 1957. En esta intervención elucubramos todas mis células y yo alrededor de qué pasaría si en lugar de ofrendar al dios de los colonizadores, la niña fuese ofrendada a una divinidad femenina y vegetal que la proteja y la asuma parte de su reino.

Maricela Guerrero

Poeta mexicana. Licenciada en Letras Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Maestra en Letras Latinoamericanas por la misma institución.

Mexican poet. She holds a degree in Hispanic Letters from the Faculty of Philosophy and Letters of the National Autonomous University of Mexico (UNAM) and a Master’s degree in Latin American Letters from the same institution.

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