¿En dónde está el monstruo?

By Brenda Navarro

I

Tengo 5 años, mis hermanos me dicen que hay monstruos debajo de la cama, dentro del armario o afuera en las ventanas cuando se hace de noche. Los monstruos son las sombras que se reflejan en las cortinas. No hacen ruido, pero siempre te están respirando la nuca. Yo les creo. Tengo miedo.

Hay otros monstruos, me dice mi madre. Esos son parecidos al loco que nos pide dinero en la entrada de la tienda de abarrotes, los que vagabundean por las calles y van hablando solos. Los que se dedican a robar niños: robachicos. Si hay un monstruo al que debes tener miedo es al que roba-chicos. No vuelves más. Le creo, especialmente porque me acuerdo de aquella vez en la que estábamos en un kiosco afuera de la iglesia y mientras yo jugaba con una casa de árbol, mi mamá de pronto me tomó del brazo y me llevó a las bancas, muy cerca del confesionario. Siéntate, me dijo. Y me senté y ella miraba sospechosa hacia la calle y yo le pregunté por mis juguetes y ella se tapó los labios con su dedo índice y me indicó que me callara. Me callé. Luego se hincó y se puso a rezar y yo me quedé inmóvil sin entender nada. El robachicos, me dijo. El robachicos.

Yo asociaba al robachicos con un hombre blanco, alto, delgadísimo que se moneaba en el parque raquítico de árboles y de juegos al que iba con mis hermanos a andar en bici. Ese Rafa, y le mentaban la madre con silbidos los hombres del barrio que lo conocían. Pero Rafa no era robachicos, lo supe porque ese otoño mi mamá no tenía dinero para comprarnos calaveritas de plástico, ni para darnos disfraces y nos mandó con un cartón de leche a pedir dulces. Tú te quedas a mi lado, me dijo mi hermano mayor y así iba yo detrás de él dejando que él pidiera dulces por los dos. ¿Qué, no tienes para tu calavera? Le preguntó Rafa a mi hermano y mi hermano le dijo que no y que no estuviera chingando. Ora yo te doy para tu hermana, contestó Rafa. Que no, dijo mi hermano y me agarró de la mano y me acercó más a él. Que sí, insistió Rafa, y agarró su calabaza naranja de plástico que tenía en el suelo para pedir dinero y le sacó las monedas y me la ofreció. Qué no, insistió mi hermano. Que sí, dijo mi hermana, que estaba ahí, a nuestro lado y tomó el regalo de Rafa y me la dio y yo la tomé feliz y empecé a pedir dulces por mi cuenta y me dieron bombones y chicles y paletas de mano, de esas que adivinaban el futuro. Que sí, dijo mi hermana y en dos segundos me mostró que Rafa no era un robachicos, sino un miserable como nosotros.

 

II

Tengo menos de 25 años. Vivo cerca de Parque Delta y para llegar al metro Centro Médico tengo que cruzar Viaducto y caminar todo el Panteón Francés. Lo hago todos los días, pero ese día me encuentro a Denisse discutiendo con dos policías que la están molestando porque su cuerpo no corresponde con el imaginario social de lo que es una mujer. Se burlan y la atacan y Denisse les contesta que la dejen en paz, que se quiere ir a su casa. No sé bien porqué pero me detengo a ver qué más sucede. Los policías no se dan cuenta porque hay mucho ruido, el de siempre: los puestos de ambulantes y la gente caminando sin pausa son mi escondite. Denisse es jaloneada, la quieren subir a la patrulla y ella grita que no, que se quiere ir a su casa. Entonces grito, y uno de los policías que piensa que no es observado se asusta y se encabrona. ¿Qué quieres tú? Me dice. Que la dejes en paz, que se quiere ir a su casa. Los dos ríen y Denisse se intenta zafar, no puede, ellos son más fuertes. ¿Tú qué te metes? Me dice el que la tiene agarrada. ¿Tú, por qué te metes? Le replico. ¿Qué te hizo? le increpo. Denisse empieza a gritar: ¡Yo soy Denisse, yo soy Denisse y estos policías me quieren llevar presa! Ya no somos parte del ambiente citadino. Somos el escenario. Los traúsentes nos voltean a ver, varias mujeres se detienen. Sueltan a Denisse. Denisse se echa a correr hacia Viaducto, yo la sigo, como para verificar que está bien. Los policías se suben a la patrulla y se van. Se vuelven fantasmas. Denisse me mira de reojo, me dice gracias, manita. Y yo asiento con la cabeza. La veo meterse entre los huecos de los autos. Comprendo que Viaducto es su casa. Sé que no la he salvado de nada. Aunque creo que sí y sigo como si nada. Me aplaudo en silencio.

 

III

Tengo 30 años. No hablaré de esto, pero un día, trabajando, cuatro hombres me suben a su camioneta. Lo pierdo todo, incluso cosas que no sabía que tenía y que he ido reconfigurando con el paso del tiempo. Lo reporto a la empresa, lo cuento a la gente que quiero. Me escondo. Soy la sombra que huye de la luz para no reflejarse en las cortinas. Gruño, lloro, me aislo. Pero la vida sigue y tengo que entregar lo trabajado para poder cobrar mi dinero. En la empresa me tienen esperando en la recepción. Soy un fantasma, nadie me voltea a ver a la cara. Entiendo que todos saben. Pero nadie dice nada. No te han preguntado cómo estás ni cómo te sientes. Les informo que he perdido una computadora y mi equipo de trabajo. Me dan instrucciones para que pueda comprarme lo necesario. No te han preguntado cómo estás ni cómo te sientes. Me repite mi acompañante. Tiene razón. Les doy miedo. Huyen la mirada, tienen prisa en no estar conmigo, me hacen firmar algunos papeles que ya no recuerdo y salgo del edificio más azorada. Nadie me preguntó cómo estaba y cómo me sentía, era yo el monstruo del que todos huían.

 

IV

Le digo a mi pareja que ya no quiero vivir con él. Se lo digo varias veces pero él no me cree. Me sordea. Incluso hago planes de mi futuro en su presencia y sugiero opciones para él. Se sordea solo. No me hace caso. Yo no tengo trabajo estable, ni un plan seguro. Miro apartamentos en la zona, no me decido hasta que me decido. Que es en serio, que ya no quiero estar aquí. Él se enoja. Manotea el volante del carro, me grita cosas. Lo entiendo porque mi culpa es muy grande. Él no ha hecho nada malo, me insisto. Se va. Acepto vivir en un cuarto oscuro porque promete, dice mi amiga que jura que va a ser mi roomie y luego días después se echa para atrás. Y entonces me prometo, digo que sí me voy y él se va de casa porque quiere dramatizar y yo le cuento a mis amigos y uno de ellos lleva su auto y llenamos bolsas de plástico con mi ropa. Nos vamos. Desaparecemos. No vuelvo. Quizá un año después, cuando hay que cerrar el contrato de renta en el que figurábamos los dos. Cuando él me ve, sonríe y me saluda y se hace el amable y dice que le va fenomenal. Le digo que me alegro. Es mentira, no podría importarme menos. Me robaste muchos años, me dice. El de la inmobiliaria me mira con actitud reprobatoria. ¿Dónde está el monstruo? Me pregunto. Y salgo de ahí dejando los fantasmas que él quiere invocar. Ya no tengo 5 años, sé que todos somos monstruos esperando a ser vistos para asustar. Somos nosotros mismos respirándonos en la nuca. Todos tenemos miedo.

About the Author

Brenda Navarro es autora de las novelas Ceniza en la boca (2022) y Casas vacías (2018), English PEN Translation Award en 2019 y traducida a varios idiomas. Nacida en 1982, Navarro estudió Sociología y Economía Feminista en la Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene un Máster en Estudios de Género por la Universidad de Barcelona. En 2016, fundó #EnjambreLiterario, un grupo de escritoras que promueven la escritura de mujeres. Actualmente, vive en Madrid.

 

Brenda Navarro is the author of the novels, Ceniza en la boca (2022), and Casas vacías (2018), English PEN Translation Award in 2019, and translated into several languages. Born in 1982, Navarro studied Sociology and Feminist Economics at the Universidad Nacional Autónoma de México. She has a Masters in Gender Studies from the University of Barcelona. In 2016 she founded #EnjambreLiterario a group of writers who promote writing by women. She lives in Madrid.

Sign Up for Our Newsletter